26 octubre 2016

alma



Simulación ¿? de un agujero negro

Intensidad cero
neutralidad absoluta
el hogar del guerrero
la nada y el todo
Ese lugar al que cada noche, justo antes de cerrar los ojos del alma, volvemos inevitablemente.
Ese rincón en el que nadie más que nosotros puede iluminar la estancia.
Ligados como la madre al hijo durante la gestación, luz y sombra forman parte de lo mismo, se necesitan, se hacen imprescindibles para existir.
Como lo cotidiano frente a  lo extraordinario.
Ese vuelo de mariposas en el estómago ante la sonrisa furtiva que te cautiva en un instante, al tiempo que una mano se estira para entregarte un trozo de paz y un litro de leche en la larga cola del campamento de refugiados.
Ese niño que llora al perder la pelota medio rota entre las piedras con memoria y que una semana antes era las paredes de un hogar feliz con todos sus miembros alrededor de la mesa.
El anciano que ocupa sus manos con el diario caducado abierto en la sección de deportes donde las "estrellas" no iluminan más que un pequeño instante de cotidianeidad tan necesario.
¿Qué hacemos con todo esto?
¿Cómo llevar la rutina sin mirar para otro lado en las extraordinarias condiciones que otras personas están padeciendo?
La vida nos da para poco si pretendemos cambiar(lo) TODO.
Pensar en lo absoluto nos pone ante el precipicio del vacío y nos paraliza.
Mirar bajo nuestros pies nos concreta y compromete con el metro cuadrado que pisamos, empezando por el cuerpo que sentimos.
Y cuerpo a cuerpo,
 metro a metro,
 persona a persona,
el mundo cambiará... inevitablemente.