Lo que quiero y lo que no quiero
No quiero
niños autómatas que deforman sus dedos jugando con amigos imaginados por otros
para enriquecer adultos insensibles.
Quiero niños
jugando en la calle segura, donde a distancia, padres ocupados en sus cuidados
disfrutan de las risas infantiles que algún día ellos protagonizaron.
No quiero
abuelos desahuciados y abandonados por sus gestores, robados por los banqueros
que disfrutan de leyes que les permiten delinquir impunemente o compartiendo
sus jubilaciones con nietos incapaces de sobrevivir e independizarse por la
precariedad laboral.
Quiero
abuelos cuidados por familias en los que la prioridad la determina la felicidad
y la salud del final del camino compartido con sus seres queridos.
No quiero personas
enfrentadas a sus vecinos venidos de otras culturas porque los intransigentes
los convierten en enemigos y sean incapaces de luchar juntos para no tener que
compartir la miseria.
Quiero
ciudadanos educados en el respeto, la tolerancia, la generosidad y el esfuerzo
desde la diversidad, sacando toda la riqueza posible a ese calidoscopio racial.
No me interesa
lo que el dinero me da, si no tiene que ver con la dignidad.
No quiero
levantarme cada mañana con las manos
llenas, el corazón vacío y un sentimiento de injusticia infinita.
Mis padres
fueron luchadores en una España difícil, donde todo estaba por conquistar… la
libertad, los derechos sociales, la sanidad, la educación, las pensiones, en
definitiva, la tranquilidad que te permite la conquista de tus sueños, aquellos
que te llevan al camino de la felicidad.
El maltrato
genera dolor, desconfianza, egoísmo, odio, triteza...
Inventemos
un nuevo verbo que nos lleve al buentrato, por responsabilidad, por homenaje a
nuestros padres que nos enseñaron a luchar por un mundo mejor y más justo, aunque pequemos de buenismo.
Empecemos a practicar el presente de indicativo en primera persona del singular... no será fácil pero quizá consigamos generar placer, confianza, solidaridad y un poquito de felicidad.