No soy capaz de recordar fechas concretas pero sé que yo era
más adolescente que niña cuando veía con mi madre a Carmen Sarmiento en la
única televisión que había entonces (TVE).
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Vivía en Roiz, un pueblo de Cantabria donde el mundo era muy
pequeño. A penas unos pocos niños y niñas corríamos por las calles sin más
preocupación que aprovechar el último minuto hasta escuchar a nuestras madres
llamándonos para cenar e ir a la cama.
Éramos felices y despreocupados, como creo que debería ser
la infancia de todos los niños/as del mundo. Sentirse querido y cuidado, qué
más se puede pedir… qué menos se puede dar.
Sin embargo, poco después y sin apenas haber abandonado la
infancia, una ventana se abrió ante mis ojos y me mostró un mundo enorme, diverso
y sufriente en muchos casos… demasiados.
El trabajo de Carmen Sarmiento como corresponsal de guerra,
pero sobre todo con sus reportajes sobre las mujeres y los excluidos, tienen
mucho que ver con la persona que he sido y que soy a día de hoy.
Siempre he creído que ella fue una de las personas que más
me inspiró para ser periodista, pero ahora, después de diez años dedicada la
Cooperación Internacional, me hago consciente de que Carmen Sarmiento despertó
en mi el interés, que hoy continúa, por mirar a los que tienen una vida más
difícil, a los que menos recursos tienen, a los más desprotegidos y excluidos
de este mundo.
Desde una mirada humana, sin matices religiosos pero sin
apartar el foco de los hombres y mujeres que realmente dedican su vida a los
demás, consiguió tocar en mi niña/joven la tecla de la solidaridad y la
cooperación que ya nunca ha dejado de sonar.
Nunca pude imaginar que a tan solo 10 kilómetros de Roiz y
40 años después de aquel descubrimiento, yo iba a poder disfrutar de su
compañía, su conversación y poder agradecerle en persona lo que su trabajo ha
supuesto en mi vida.