Pies, manos, vientre...
Los que están, los que vienen, los
que se van
Pies descalzos,
rayos de sol entrando por las plantas talonadas que sostienen el mundo.
Raíces que entran y salen de la tierra que nos dio la vida,
que por momentos está seca o inundada,
rica o pobre como supone la oscuridad en la depresión de la
montaña,
que brota en el huerto o se resquebraja en el desierto,
que embarra las manos del artista en el torno de la concreción
o que sepulta la vida tras el paso de la enorme ola.
Manos vacías que
recogen del futuro
las hojas del haya que siempre tuvo
en otoños inciertos las frías sombras del invierno.
Viento sur que se escapa entre los dedos
sin intención de ser eterno,
sabiendo que dejará paso definitivamente
al calor de la chimenea o del infierno.
Rayos y hojas se empastan
se entremezclan, se digieren,
produciendo gaseosos astros, planetas aún por descubrir
que se ocultan en el vientre y en el alma de quienes les
esperan.
Manos llenas que entregan desde el origen de los tiempos sus
mandatos,
pies calzados que se preparan para el camino compartido
portando primero, después de la mano y al final despidiendo
para volver a la tierra y, en el mejor de los casos,
seguir formando parte de un nuevo astro.