Ayer marché por las calles de Madrid acompañando (o acompañada,
según se mire) por dos millones de personas. Entré en la capital del Estado con
la columna noreste y a excepción de una señora muy aseñorada saliendo de una
iglesia (recién confesada, imagino) y que en compañía de varios de sus hijos
nos provocaba con sonrisa socarrona y teatralizando vergüenza por nuestra
protesta, el pueblo de Madrid nos recibió con todo el cariño y la solidaridad
esperada.
Nunca había participado en una manifestación semejante,
ni siquiera en las movilizaciones del No a la Guerra. Nunca había sentido tanto
compromiso y tanto hartazgo, hasta el punto de escuchar a Policías decir: "esto
es algo grande, debería de haber millones en la calle", al tiempo que
aportaban cinco euros en ayuda a la organización.
Pero hace poco escuché a alguien hablar de los
invisibles, de todos aquellos cuya situación es tal, que ni fuerzas tienen para
salir a gritar, a exigir lo que hace tiempo se habían ganado como derecho libre
y gratuito y que ahora les roban impunemente.
Porque cuando alguien pierde la casa, el trabajo, el
poder adquisitivo que le permita alimentar a sus hijos (un niño de cada tres en
España pasa hambre) cuando alguien se siente tan decepcionado que pierde la
alegría de vivir y la ilusión para continuar en la lucha, entonces se convierte
en un ser pequeño, casi invisible, que sufre en soledad la desesperanza.
Y mientras caminaba por la calles de la capital del Estado
rodeado de miles de personas, pensaba en todos los miles que no habían
encontrado la fuerza para salir a la calle una mañana de sábado cualquiera, tan
infelices como incapaces de poner un pie detrás de otro para avanzar en la
recuperación de los derechos sociales.
Y desde aquí no quiero reprocharles nada, más al
contrario, animarles a que busquen en lo más profundo de su "almario"
(robo el término) y se pongan sus mejores trajes para la fiesta que se está
organizando, en donde los humildes y trabajadores (jueces, médicos, obreros,
am@s de casa, parados....) nos haremos dueños de nuestras vidas presentes y
futuras, ya que el pasado sólo debe servirnos para no repetir errores como los
que nos han llevado a la situación actual.