Como las cuerdas del violín, nuestro cuerpo desafina, se
desajusta chirriante sin dar tregua.
Todo tiempo es vivido.
Cada momento es vital, aun aquel que ni sentir queremos, tal
es el dolor que produce el miedo al miedo, el dolor del dolor, el dolor de
sentir el miedo al vivir... y gemir y gozar y reír, mientras las cuerdas
pierden tensión y los dedos se agarrotan, para mostrarnos que la vida es pasión
de vivir, a pesar y gracias a percibir lo que cada centímetro de arrugada piel
nos regala.
Y cada cual se desafina a su manera, igual que lo hace el
instrumento.
Pero el Opus 131 de Beethoven... violines, viola, chelo...
construyen en cada concierto la metáfora sonora perfecta que nos pone ante
nosotros el gran reto de aceptar el camino sin pausa, sin descanso, sin parar
para afinar cada elemento, asumiendo que el tiempo cambia nuestra alma y que la
gracia está en aceptar, adaptar, y engarzar cada nota desafinada con las del
resto de acompañantes hasta llegar al último compás....
Inspirada tras ver la película "El último concierto".
Precioso y poético. Me encantó oirlo en tu voz
ResponderEliminarGracias Alberto.
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