Reflejos de la memoria
Mi padre decía que conducir era lo que más le gustaba
hacer. Ponerse al volante y mirar la carretera sinuosa que le llevaba a un
lugar que sólo él conocía.
El silencio, más allá del zumbido del motor gasoil, la
mirada perdida en una situación que dominaba por placentera, y el brazo apoyado
en la ventanilla, es una imagen que mi retina guarda en la memoria infantil.
Sin embargo, sus ojos cambiaban la mirada de vez en
cuando. En ocasiones, se posaban en el retrovisor para comprobar que todo iba
bien en el asiento trasero del que, con dificultad, sobresalíamos mis hermanas
y yo.
Sin cinturones, ni sillas homologadas, el viaje no
duraba más de 50 kilómetros y dos horas de una tarde de domingo.
Mi madre, sentada a su lado, era la complice perfecta que
disfrutaba con la cara de placer de su compañero de viaje.
Un cruce de miradas y la leve sonrisa de ambos era una
escena indescifrable para mi en ese momento, aunque el guiño de mi padre a
través del espejo me llenaba de tranquilidad, la misma que perdí el día que me
hice madre.
Hola te vi en ENTC y he venido a leerte aquí también.
ResponderEliminarComo te digo allí, me ha gustado mucho la recreación de esos viajes en coche, que son un reflejo de una generación pasada.
Saludos