08 junio 2013

Reflejos de la memoria
(participando en estanochetecuento.blogspot.com

Mi padre decía que conducir era lo que más le gustaba hacer. Ponerse al volante y mirar la carretera sinuosa que le llevaba a un lugar que sólo él conocía.
El silencio, más allá del zumbido del motor gasoil, la mirada perdida en una situación que dominaba por placentera, y el brazo apoyado en la ventanilla, es una imagen que mi retina guarda en la memoria infantil.
Sin embargo, sus ojos cambiaban la mirada de vez en cuando. En ocasiones, se posaban en el retrovisor para comprobar que todo iba bien en el asiento trasero del que, con dificultad, sobresalíamos mis hermanas y yo.
Sin cinturones, ni sillas homologadas, el viaje no duraba más de 50 kilómetros y dos horas de una tarde de domingo.
Mi madre, sentada a su lado, era la complice perfecta que disfrutaba con la cara de placer de su compañero de viaje.
Un cruce de miradas y la leve sonrisa de ambos era una escena indescifrable para mi en ese momento, aunque el guiño de mi padre a través del espejo me llenaba de tranquilidad, la misma que perdí el día que me hice madre.  
 

1 comentario:

  1. Hola te vi en ENTC y he venido a leerte aquí también.
    Como te digo allí, me ha gustado mucho la recreación de esos viajes en coche, que son un reflejo de una generación pasada.
    Saludos

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