Al
principio las raíces de árboles centenarios impiden ver con claridad, el
asfalto obstaculiza el acceso, los ríos subterráneos arrastran los reflejos de
la memoria.
Pero por
fin la luz permite ver el núcleo y alrededor de un fuego infinito, están
sentados todos los hombres y mujeres que cambiaron el mundo.
El calor
de las historias mantiene viva la llama del conocimiento, de la experiencia
buena y mala.
Y los
restos descompuestos de agredidos y agresores coinciden en algún estrato de la Tierra y de ellos surge una
nueva flor, que se transformará en árbol, que dará nuevos frutos que alimenten
a otros.
Pero
frente a la pesadez de la roca preferimos mirar la ligereza del cielo y soñar
que el vuelo es posible, aunque tengamos la certeza absoluta de un descenso
inevitable.
Y con un
manto de estrellas como único abrigo, reposaremos sobre la corteza con la calma
de saber que bajo nosotros, en el corazón de la tierra que nos sostiene, está
todo cuanto necesitamos.
Y algún
día formaremos parte de ella.