Qué iguales
somos en lo más profundo de nuestro corazón. Qué desperdicio de energía cuando
nos empeñamos en buscar las diferencias entre razas, colores, religiones,
sexos... Todas están a la vista, o sólo hace falta escarbar un poquito para que
salgan a la luz.
Sin
embargo hay cosas profundas, auténticas, que nos unen por encima de tiempos y
edades, por debajo de lugares y culturas. Hay quien cree que los Dioses
regalaron al hombre la divinidad, pero la escondieron para que la encontrara a
lo largo de su vida. Después de mucho pensar, decidieron guardarla en el
interior de cada individuo, sabiendo que
es en el lugar donde más difícilmente miramos.
Pero
son éstas, épocas de cambios, de conciencias que despiertan a una forma
distinta de estar sobre la Tierra. Manchadas
las manos de destripar terrones para preparar la huerta que alimenta nuestros
cuerpos y con la cara fría del rocío que cae al mirar las estrellas que
alimentan nuestros sueños, el hombre y la mujer miran su interior y descubren
corazones que laten con fuerza.
Y las
mujeres (al menos las mujeres) de todas las edades se reúnen alrededor de una
mesa y se miran a los ojos, para ver que no hay diferencias, que todas,
absolutamente todas, necesitan el amor para poder levantarse cada mañana y
continuar buscando a las diosas que habitan en ellas.
Feliz
primavera.
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